Horas, y horas y más de sofoco… en el sofá.
No me muevo ni para espantar a la hilada de hormigas que corretean por el parqué del salón improvisado que monté hace ya bastantes meses.
Una bolsa de patatas fritas, dos latas juntas que parecen sumadas en un morreo alcólico, el bote de desinfectante de manos con el tapón roto además de otros objetos que no vienen a cuento nombrar ahora mismo.
Todo eso encima de la mesa de trabajo.
Veo también una cebolla caída de lo alto de mi nevera y amortiguada en su descenso por una caja de bolsitas de té del Día, me gustaría saber de qué sabor es pero creo que solo las he utilizado una vez.
Estoy describiendo esta situación, como una fotografía del momento, todo estático e inamovible.
Todo lo material que me rodea y que en realidad marca mucho lo que llevo dentro.
Este desorden es un reflejo interno y, de la situación por la que estoy pasando.
Estoy en una disyuntiva entre aceptarlo y cambiarlo radicalmente. Parece que nunca encuentro el termino medio. Siempre estoy entre dos aguas.
Creo que el término medio es amarme. Porque ni siendo un dejado me amo ni siendo un obseso tampoco.
Precisamente es el darme espacio para cierta vaguería pero ser responsable a la hora de organizarme.
Es lo que mi instinto dice. Un instinto que creo fervientemente que tengo muy desarrollado pero al que atiendo a su llamada muy poco.
Y es que me cuesta acceder a él, no sé si son capas de nervios y presión, de sentimientos acumulados que me impiden acceder a mis entrañas y rescatar la sabiduría de las neuronas presentes en mi estomago.
Me cuesta. Debería tomarme pausas más amenudo. Pero es que temo a mi inestabilidad, no confío en mi mente que va y viene, que un día piensa una cosa y al otro otra completamente diferente olvidando lo del día anterior.
Es complicado. Es complejo ser constante y persistente, resiliente, sobre todo desde la inestabilidad emocional.
En calma cualquier barco navega en el mar, pero con aguas turbias las decisiones son más difíciles y haces de cada una un verdadero mundo sin llegar nunca a buen puerto.
Porque estando en sintonía te mueves como bailando y danzando por la realidad. Como tocado por un toque de gracia. Como si te hubieran echado, rociado por encima unos polvitos mágicos que hacen que todo lo que tocas se convierta en bendición.
Me explico. Ese sentimiento que solo apreciamos los que hemos conocido el contrario, el polo opuesto.
Apuesto a que sabes de qué hablo.
0 comentarios